Por Blanca Vega
La
energía nuclear es cosa seria: no puede quedar en manos de
cualquiera. Catástrofes como la de 1986
en
la planta de Chernóbil, Ucrania, han dado mala fama a las fuentes
radiactivas, pero sus beneficios en un entorno controlado son
múltiples: en la medicina, la industria de los alimentos y hasta la
antropología. En México, toda la investigación en esa materia se
realiza en el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ),
que en 60 años de existencia había sido dirigido solo por hombres,
hasta que llegó Lydia Paredes.
Ser
la primera mujer en dirigir un microuniverso de hombres no es un
mérito sencillo ni es el único de Paredes. Con solo 20 años de
edad, la joven Lydia llegó al ININ y ascendió desde el primer
peldaño: sus primeros años fue becaria y llenaba las bitácoras del
reactor nuclear, bajo la supervisión de ingenieros que fueron sus
maestros y 30 años después son sus subalternos, aunque todos se
asumen como un equipo. “Yo siempre la he visto como una compañera,
nunca la he visto como jefa, ha ido a la casa y todo”, cuenta el
operador Wenceslao Nava.
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